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jueves, 31 de enero de 2013

Barridos por un insolito destino bajo el cielo azul de una época cualquiera

"C'era una volta", así empiezan los cuentos en Italia. Pero este es más reciente, y no hay italianos por doquiera, que ya es todo un decir. Se juntaron dos hombres a dar un paseo por una parte semidesértica de la ciudad. Al principio saludos, besos y abrazos, luego cogieron la bici y a pedalear una media hora para llegar a destino. Mientras, unas chácharas breves sobre sus propias vidas: a que punto estaban con la búsqueda de trabajo en esos tiempos revueltos, como iban sus vidas sentimentales y emocionales y que tal las familias. Dejaron la bici y empezaron a andar, dirigiéndose hacia un punto no muy concreto del puerto, en búsqueda de una mesita al sol para tomar un café. Pero fue en ese momento de exploración que uno empezó a dar señales de impaciencia, de incomodidad, de irritación e inquietud. "¿Que te pasa?", "Nada", contesta, " me temo que estoy aburrido, y hoy no aguanto ni a mi mismo". "Bueno, pues, recógete y vamos hacia ese espacio verde, a ver si fumando un cigarro con el sol que te da en la cara y un poco de brisa marina se te pasa ese estado anímico." Así se sentaron en un banco, sin proferir palabra, y los dos se quedaron mirando a un par de paletas que estaban arreglando un muro. "Mira", espeta el desasosegado, "el muro está manchado, no están haciendo bien el trabajo." El otro sonríe, y contesta: "Estás de verdad mal, muy mal! Creo que esas manchas son las tuyas así que a levantarse y a caminar!" Siguieron entonces con su paseo, deambulando, sin saber donde ir hasta que se pararon un momento a mirar unos surfistas que se estaban ejercitando con sus tablas. Un ir y venir en el mismo tramo de mar sin olas y los dos girando la cabeza de derecha a izquierda y de izquierda a derecha, como hipnotizados mientras estaban inmersos en sus pensamientos. Al fin se movieron y acabaron en una terraza de un centro comercial no muy lejos, metida entre muchos edificios muy altos  y todos iguales que se revelaron ser hoteles. Pidieron un par de cervezas, se fumaron unos cuantos cigarrillos y el hombre desalentado empezó a hablar de su hermano, que era más joven que el, que vivía en Cadiz, que trabajaba como gruista, y que le gustaba ponerse lentejas coloradas. "¿Lentejas coloradas?", preguntó el otro y empezó a reírse a carcajadas, "Querrás decir lentillas coloradas, no?!". Así pasaron unos minutos hasta que decidieron recoger las bicis y volverse a casa. Se despidieron con un abrazo y "Oye, no te fumes demasiados canutos ahora en casa, que luego se te va a ir la olla!"