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martes, 16 de febrero de 2010

El gato de las espuelas plateadas y las castañas de mazapán























Esta el la historia real de una persona común que, como Cenicienta, está invitada a una fiesta, pero que al tocar la medianoche se transformó en gato y se vio catapultada en un mundo de percepciones extrasensoriales, entre Matrix y Eywa, donde las conciencias revoloteaban a través de los cuerpos, sus propios medios de transporte.

Todo empezó con los preparativos de un evento social donde se pretendía celebrar el cumpleaños de una amiga. Se buscaba ropa y complementos varios, ya que se había impuesto un dress code sencillo y austero. Para la ocasión estaban presente varios amigos y conocidos, y que alegría cuando todos se encontraron: hacía mucho tiempo que no coincidían y las ganas estaban a flor de piel. Después de un primer banquete donde abundaban la comida y la bebida, la mayoría de la gente estaba dispuesta a pisar el umbral de otro mundo por todos conocido y más de una vez compartido, pero que al principio parecía resistirse. De poco a poco, se decidió, con tácito consenso, pasar por dos puertas que en este poco recóndito lugar había: eran blancas como el mármol más puro, a ratos transparentes, al apariencia casi insignificantes, pero tan insignificantes como la vida nos había enseñado a todos en varias ocasiones, es decir lo más importante estaba escondido ahí donde estaba lo más sencillo. Uno tras otro nos vimos sumergidos en un globo peculiar donde solo se podían reconocer la esencia y el sentimiento de cada cual, un dejar mariposear las propias almas, sin miedo ni vergüenza: así empezó el verdadero baile. Hacía tiempo que no se veía tanto amor desbordante: todo el se reflejaba en besos , abrazos, pasiones, miradas, flirts y juegos de roles, un vórtice de placer entre recreo y esparcimiento, en que ya no valía ninguna mascara. Cual honor fue presenciar aquello por parte de uno de esos comensales, que, cuando le tocó pisar la verja nívea, se vio convertido en un gato y que lo único que conservó fueron las espuelas plateadas de su disfraz. El tiempo parecía no existir en este bacanal pero, como todo, aquí también llegó el momento de retirarse: había que volver a sus propios aposentos, ya que sabía que en pocas horas se le hubiera pedido ejercer su responsabilidad de humanóide. Y sabía el que en su demora le esperaba una golosina que le hubiera ayudado en este cometido suyo, sin pero olvidarse de todo lo sucedido que para el fue algo extraordinario y apoteósico: la castaña mágica de mazapán.