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viernes, 2 de diciembre de 2011

La Edad de Oro

Es curioso como con los pasos de los años y de los siglos haya todavía obras que siguen sempiternas y verdaderamente actuales. Este hecho me entristece y al mismo tiempo me fascina.
En una época en la que estamos viviendo, en que todo parece irse al garete de aquí a nada, no hay nada mejor que leerse un buen libro de finales del siglo XIX, y si es ruso mejor, y si se trata de Dostoievski lo habéis clavado. A todos los personajes de sus obras el todo les resulta indiferente, mejor dicho todos ellos se dan cuenta del cero espiritual que constituye  la enfermedad ontológica de la civilización moderna, vamos que son todos unos nihilistas. Pero propio aquí, en las fatales vicisitudes de sus propios destinos, siempre hay una idea oculta, la de la "Edad de oro", es decir la idea de una futura perfecta disposición de la sociedad humana basada en una utopía, la de tener finalmente una edad de autentica felicidad y armonía, a la que todos anhelamos. Y fijaros que la respuesta es siempre la misma y en todos los siglos habidos y supongo por venir: esta Edad está dentro de cada uno de nosotros. Como bien dice el citado autor: "Pero no sabéis que cada uno de vosotros, si lo quisiera, podría hacer felices los demás en seguida? Y este poder existe en cada uno de vosotros, pero está así profundamente escondido, que ya desde hace mucho tiempo ha empezado a parecer inverosímil.". Notable, para mi, su relato Sueño de un hombre ridículo , donde el protagonista, llegado al borde del abismo gracias a su solipsismo, se le acerca una niña que le implora el detenerse. Y este hecho, en frente al mal que siente, le hace vivir por un momento un profundo estupor tanto que su sufrimiento delante del mismo sufrimiento de la niña hacia el, se vuelve sí más atroz e inaguantable, pero también más absurdo. De aquí su salvación, su expiación creativa. En fin , como escribe en su, para mi, obra maestra, Los hermanos Karamazoff : "Mamá, no llores, la vida es un paraíso, y todos estamos en el paraíso, pero no queremos reconocerlo: que si tendríamos voluntad para reconocerlo, mañana mismo se instauraría en todo el mundo el paraíso". Quizás sea algo religioso lo que atormentaba Dostoievski, pero ahí ha dejado claro, que hay que tener compasión y amor. Lo que sí, como no somos capaces todavía de gozar definitivamente la felicidad, habrá que pasar antes por le aro de pasear por el camino que es nuestro destino terrenal, es decir tenemos que atormentarnos para llegar a gozar de la felicidad. Diría yo, siendo más prosaico, como cuando después de un gripazo que nos ha tenido varios días en la cama, nos despertamos y notamos con alegría esa sensación de felicidad de haber vuelto a la vida, o si se me permite otra imagen del siglo XIX y bucólica, como la calma después de la tormenta: hay sol, una luz limpia, olor a frescor y esperanza.