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jueves, 2 de octubre de 2008

Aviones o el placer del viajar


Hace tanto tiempo que cojo aviones , y muuuuuchos he de decir, que al final uno empieza a tener una especie de rechazo hacia ellos. Uno tendria que imporse el no volar jamás, tanto por placer como por trabajo. Sería como si tuvieramos que estar ciegos, almenos por una buena temporada, para descubrir así que podemos compensar la falta de la vista con todos los demás sentidos que de esta forma se irían afinando. Pues el rechazo hacia los aviones vendría a ser algo similar: el tren con la comodidad de sus tiempos y sus incomodidades de espacio, te echa encima la desusada curiosidad por los detalles, te afina la atención por lo que te está alrededor, por lo que fluye fuera de la ventanilla. Al contrario en los aviones se aprende rapido a no mirar, a no observar, a no escuchar: la gente que ahí se encuentra es siempre la misma y las conversaciones que se tienen son descontadas y previsibles. En más de ocho años de vuelos me parece de no acordarme de nadie, cosa que no ocurre cuando se coje un tren o un barco o hasta el coche y aquella sensación de "aburrimiento" desvanece delante de ciertos personajes inolvidables. Creo poder decir sin rémora que uno se da cuenta, cuando no se coje aviones, de que estos pajaros de metal nos echan encima una cierta percepción limitada de la existencia; de como, siendo un atajo entre dos puntos muy distantes, acaban atajando todo incluyendo la comprensión del mundo. Puedes dejar cualquier lugar durante la puesta de sol, cenas, duermes un poquito cuando lo logras y te encuentras en India o en China cuando amanece. Pero un pais es tambien toda una diversidad suya y uno ha de tener tiempo para prepararse a su encuentro, ha, de otra forma, de currarselo para gozar de esa nueva conquista. Todo se ha vuelto tan sencillo hoy en dia que con muuuuucho esfuerzo puedes llegar a sentir algo de placer. Entender algo es un jubilo, pero, a mi entender, solo si està relacionado a un esfuerzo. Así tambien con los paises. Leer una guia saltando de un aeropuerto a otro no es equivalente a la lenta y cansadora adquisición - por osmosis - de los humores de la tierra a los que con el tren o barco o coche nos quedamos vinculados. Todos los sitios, alcanzados en avion y sin un minimo de esfuerzo para acercarnos a ellos, se vuelven parecidos, metas sencillas separadas entre ellas por unas cuantas horas de vuelo. Las fronteras, en realidad marcadas por la naturaleza y la historia y arraigadas en la conciencia de las poblaciones que habítan y viven dentro de ellas, pierden su valor y se vuelven inexistentes para quien llega y sale desde unas borbujas de aire acondicionadas como son los aeropuertos, donde los "confines" son un policia delante de una pantalla de un ordenador, donde el impacto con lo nuevo es la cinta que nos devuelve el equipaje, donde la conmoción de un adiós viene distraida por el ansia del paso obligado através del duty free shop que ya es igual por doquiera: en fin los olores que antes caracterizaban a un lugar ahora han desaparecidos y las prisas, el ansia, el anhelo de llegar a destino no te hacen saborear el meticuloso crescendo de tu propia curiosidad.

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