Zarina, la emperatriz rusa con la que se hacía el pan
Ahí estaba Zarina, apoyada en la encimera de la cocina delante del tamiz sucio. Me quedé un rato observándola y no me sorprendió que se mostrase altiva. Al fin y al cabo, era emperatriz.
—¡Qué vida habrás tenido, querida! —exclamé.
Ella me miraba sin pestañear. Parecía que iba a contarme algo, quizás alguna intriga palaciega ocurrida durante su reinado, pero la verdad es que se quedó inmóvil, sin hablar. Si lo hubiera hecho, me hubiera vuelto loco.
Cogí el sobre de levadura y dije:
—Majestad, te voy a echar enterita en la harina. ¡A ver si también hoy me sale un pan real!
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